lunes, noviembre 05, 2007




He aprendido a desconfiar

He aprendido a no dejarme arrastrar por la palabra fácil y las promesas de los políticos; en particular, de aquellos que hacen suyas las frustraciones y rencores sociales de los pueblos para imponerles luego regímenes autoritarios y perversos. Aprendí a desconfiar de los Mesías, Enviados, Salvadores y Revolucionarios que se amparan en las gestas del héroe local, porque cada vez que encuentro a estos últimos en los libros de historia o me los topo en las peripecias de la caprichosa vida, descubro que se solapa siempre en ellos un afán destructivo y absolutista que pone en peligro mis ilusiones democráticas.
Creía, de niño, que los héroes sólo existían en los libros de aventuras para hacer el bien a las gentes de su tiempo y leía las crónicas de sus ha zañas deleitándome con ellas. Pero en mi edad juvenil, en la Ciudad Universitaria, vi pasar a uno junto a mí: barbudo, vestido de verde oliva, una gorra y un tabaco en la boca nombrando a José Martí con la misma familiaridad con la que nosotros, desde el poder, nombramos a Bolívar. El tiempo, la vida y la historia misma se encargaron de mostrar que sólo era un dictador, uno más entre tantos que han maltratado al mundo.
He recelado siempre de los nacionalismos porque cierran las puertas y ventanas asfixiando a los países y me asustan los que pronuncian con resonante orgullo la palabra "Patria", como si la escribiesen en mármoles y bronces duros, porque generalmente son quienes más crímenes cometen invocando su nombre. Tampoco creo ser buen patriota si se considera que hasta los doce años de edad estuve cantando de manera equivocada la simplona canción de cuna que es nuestro Himno Nacional sin poderme explicar por qué en una de sus estrofas aparecía una pobre lechoza cuando en realidad se trataba de un pobre en su choza.
De la misma manera me alejo instintivamente de los dogmáticos, de los fundamentalistas y obsesivos pero también de aquellos que, con voz recia y altanera, pregonan sus virtudes y el honor y pureza de sus actos administrativos; y tiendo a no creer más en la justicia cuando la veo despojarse de la venda que cubre sus ojos sólo para mirar, sonreída y en tregada, a quienes detentan el poder político o para verla temblar ante el uniforme militar mientras libera pistoleros, encarcela a gente de bien y hacina las cárceles con reos que esperan años para que ella les dicte sentencia.

Desprecio a los censores y abomino de los que delatan y se vuelven espectros de sí mismos. Rechazo a los que cuando pontifican agitan el dedo índice; a los que se empeñan en afirmar que no son moralistas; a los que se comprometen en investigar las atrocidades derivadas de la propia perversión del poder y, al decirlo, mienten con descaro.

¡Y mientras más desconfío, más me duele el agobio y la desventura que padecemos en el país bolivariano!

Rodolfo Izaguirre

Escritor y crítico de cine

1 comentario:

Ophir Alviárez dijo...

Más simple, imposible.

Abrazos,

OA