Descartando el hecho de que me enamore de Thor el Dios del martillo y que por un tiempo a mis 14 años me sentí Dorna, la amada de Namor el príncipe de los mares en los suplementos de comics, sin contar que hace unos meses adopte en mi corazón a un animalito con quien hice amistad virtual verdadera, con quien compartí gustos, locuras y sueños al galope de Tornado el caballo negro del Zorro y de quien me enamore perdidamente a pesar de que sabia que jamás conocería el personaje de ese cuento. En mi vida tuve solo tres grandes amores. El primero fue a los 17 años. No cumplía con los requisitos de cualquier ideal de adolescente. No era guapo, ni atlético, pero si muy creativo, sensible y 15 años mayor que yo. Lo cual me daba la ventaja de contar con su experiencia y su seguridad. A el le di mi virginidad y me dedique a practicar los besos mas ricos que adolescente alguna allá probado. Nos besábamos al encontrarnos los Sábados por la noche, nos besábamos al despedirnos los Domingos en la mañana, nos besábamos dentro del auto esperando que el semáforo cambiara de rojo a verde. La verdad que teníamos una capacidad besuqueadora, que lastima se va perdiendo con los años. Carlos me dejaba húmedos los labios y apretujado el corazón. Así sus besos se me quedaron tatuados a lo largo de mi vida, con su respectiva despedida en silencios insondables sus besos me resultaron siempre misteriosos, indescifrables y terriblemente atractivos. A los 19 años conocí a José Laurencio, un moreno telúrico con quien viví las pasiones terrenales y a quien hoy puedo recordar,
disculpándole tantas fallas humanas en el solo acto de haberme dejado con desprendimiento absoluto y sin pensión alimentaría dos maravillosos hijos en donación. Fue una etapa triste y dolorosa, cargada de imposibilidades para continuar que termino en una abrupta ruptura del dialogo y una sensación injusta en el recuerdo. Que con los años y la certeza de que el tiempo todo lo cura, exorcice de mi vida para poder contarle a sus hijos la historia al mejor estilo de un cuento de hadas. Bernui llego con la madurez a mis 35 años. De el me subyugaba por completo su inteligencia, su capacidad de análisis y la claridad con la que derribaba mis mas convincentes argumentos de pareja. Compartimos
Carolina